miércoles, 14 de agosto de 2013

Las casualidades no existen.

Llegaste siendo nadie, es más, recuerdo perfectamente la primera cosa que pensé sobre ti: "este tío me suena. ¿Qué pinta aquí con mis amigas?". Incluso recuerdo la segunda: "No me mola nada".
Sí, eso pensé. 
Venía arrastrando unos "amoríos" con chicos muy guapos y de fácil entrada a los ojos, chicos inalcanzables para mi. Para mi, siempre fue más fácil "enamorarme" de alguien a quien no podía tener, así no tenía nada que arriesgar, nada que descubrir, no tenía que sacar afuera mis sentimientos y así nadie era capaz de romperme el corazón con un rechazo. 
Tú no entrabas en estos cánones de belleza que yo arrastraba, a primera vista no encontré tu atractivo y no me interesaste en absoluto. Además, me resultabas tímido y callado, hasta que nos dejaron solos ese mismo día, y, como sabes que en las situaciones embarazosas no paro de hablar, empecé a hablarte un montón de tonterías, y me arrepentí de haber pensado que eras demasiado reservado para caerme bien.
Porque desde que te hablé, te reíste, y me seguiste la conversación, me hiciste reír un montón con tus burleteos y me contaste tu reciente ruptura. Recuerdo esa frase que dijiste: "Lo dejamos hace par de meses pero yo voy a lo mío, ahora estoy yéndome con tías sin tener que darle cuentas a nadie, eso es lo mejor, irte con quien te da la gana sin trabarse, sexo y punto." 

Irremediablemente, me resultaste sincero, que no le vendías motos a nadie, y me caíste todavía mejor. 
Y así fue como con nuestras primeras palabras, en un verano de 2011, donde yo tenía 16 años y tú 18, nos hicimos amigos.


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